Cuando salir no es sinónimo de libertad


A veces creemos que cuando una persona sale de la cárcel, lo peor ya pasó. Como si la libertad fuera un punto al que ya llegaste y todo está resuelto. Pero, lo que uno ve, en la práctica, es que el verdadero desafío comienza afuera. Salir de la prisión no significa automáticamente volver a tener una vida normal. Muchas veces significa empezar una nueva pelea: contra los prejuicios, contra el rechazo, contra la mirada social que sigue juzgando, incluso después de que ya cumpliste tu condena.

Una vez, escuche que alguien decir: “Acá adentro estoy preso… pero afuera también lo estoy. Me miran como si no sirviera para nada

Y es que eso es lo que muchas personas enfrentan al salir: la estigmatización. Esa marca social que no se borra, que condiciona y que duele. La mirada que no perdona, que juzga solo por lo que hiciste en el pasado, sin preguntarse quién eres hoy o qué quieres ser mañana. Desde el primer momento, quienes han cumplido una condena llevan en su interior un peso invisible pero muy pesado. La sociedad suele reducir su identidad a un solo hecho: "fue preso", como si ese rótulo definiera su valor humano. Esto se traduce en:

  • Dificultad para conseguir empleo: Muchos empleadores descartan de inmediato a quienes tienen antecedentes penales, sin siquiera darles la oportunidad de demostrar que han cambiado. La falta de experiencia laboral reciente y la desconfianza que todavía existe en la sociedad hacen que las cosas sean aún más complicadas.
  • Rechazo en sus comunidades, incluso por parte de familiares y amigos: Durante el encierro, muchas relaciones se dañaron o se rompieron con el tiempo y reconstruir esas conexiones no siempre es fácil: hay heridas abiertas, desconfianza, miedo o simplemente distancia emocional. Sin ese apoyo, la reinserción se hace más difícil.
  • Problemas de salud mental: La vida en prisión puede ser muy traumática y al salir, muchos sienten ansiedad, depresión o incluso trastornos de estrés postraumático, pero los servicios de salud mental suelen ser limitados, y en muchos casos, buscar ayuda puede sentirse como una doble condena por estar preso y por pedir ayuda psicológica.
  • Exclusión educativa y social: Volver a estudiar o participar en actividades comunitarias no es fácil, ya sea por la falta de oportunidades o por ese juicio social que persiste: ¿en serio va a venir a estudiar alguien que estuvo en la cárcel.
¿Y qué puede hacer un trabajador o trabajadora social? ✊
Desde nuestro rol profesional, no pretendemos tener soluciones mágicas, pero sí contamos con herramientas valiosas para acompañar y sostener en esos momentos tan críticos. Nuestro trabajo parte de lo humano, lo empático y lo concreto. ¿Cómo intervenimos?
  • Evaluamos la situación personal y familiar: analizamos redes de apoyo, condiciones de vivienda, situación emocional y necesidades básicas.
  • Diseñamos un plan de intervención individualizado, con objetivos reales y sostenibles (empleo, formación, salud, vínculos).
  • Mediamos con empleadores, instituciones educativas, centros de salud y servicios sociales, para reducir las barreras de acceso.
  • Trabajamos con la familia para reconstruir la confianza, facilitar el diálogo y promover entornos protectores.
  • Promovemos espacios de reflexión y autoestima, porque muchas veces el estigma más difícil de romper es el que la propia persona lleva dentro.
  • Articulamos con programas del Estado o de ONGs que ofrecen segundas oportunidades: becas, empleo protegido, microemprendimientos, grupos de apoyo, etc.
Porque acompañar no es resolver todo, sino estar ahí, dar una mano, abrir una puerta, escuchar sin condenar. Muchas personas logran salir adelante, pero casi ninguna lo hace sola. Todos necesitamos una oportunidad, una mirada distinta. Y como trabajadores sociales, creemos firmemente que nadie está perdido mientras haya alguien dispuesto a acompañar. Ahí es donde tenemos que estar. 💛




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